Bajo la atenta mirada de Unamuno, que observa la vida desde la plaza de La Alberca, el artista Florencio Maíllo desgranó sus ideas sobre la memoria y la identidad durante su intervención en la Semana Cultural de Las Hurdes en La Alberca. En estas jornadas su voz se ha unido a la de otros intelectuales como José Luis Puerto y David Matías, y a la del experto apicultor, Juventino Domínguez, poniendo en relación la realidad de la comarca hurdana con la villa albercana e incluso con la Sierra de Francia.
La charla giró en su mayor parte en torno a Retrata2, el proyecto que Florencio Maíllo ha ido desarrollando en su pueblo natal, Mogarraz, donde ha realizado más de 800 retratos de vecinos de la localidad que ahora cuelgan de las fachadas de las casas en las que vivieron.
Estas fueron algunas de sus reflexiones:
“Es imposible mantener el espacio y el patrimonio construido con una pérdida de población tan brutal y, sobre todo, tan virulenta, como la que se ha producido de la noche a la mañana. Con el Plan de Estabilización de 1959 se abrían las puertas de Europa y los pueblos se despoblaban por necesidades económicas”. Él fue testigo de esa operación en Mogarraz, su pueblo de la sierra salmantina. Igual pasó en todas las comarcas del oeste peninsular y tal vez esa experiencia le llevó a una visión muy negativa acerca del mantenimiento patrimonial.
“Lo más importante son las personas, y cada vez hay menos personas en el medio rural, como consecuencia de las políticas que ha seguido este país en los años de democracia. No ha habido una política potente de fijación de población en el medio rural, que se ha destruido, está destrozado, está desertizado desde el punto de vista humano; no hay músculo, no hay capital humano”.
“La Alberca es uno de los pocos ejemplos donde se mantienen cuestiones vinculadas con lo inmaterial. Pero si sales de La Alberca, es un auténtico desierto poblacional. Ahora hay gente, pero en invierno los pueblos están vacíos. No hay juventud. Y las personas somos muy importantes en el medio rural y, sobre todo, es muy importante que haya gente joven con cabeza que proyecte con dirección, tiempo y energía para fijar población”.
“Desde el punto de vista de la memoria nuestra generación ha estado muy sola y lo que se ha hecho ha sido muy personal. José Luis Puerto y personas muy concretas han sacado adelante iniciativas asociadas a la memoria y la identidad. Pero no ha habido proyectos de carácter institucional, que es lo que nos ha faltado en estos 50 años para que el medio rural no sea lo que es en este momento, un desastre”.
“Viví en primera persona el derrumbe de la Sierra de Francia”
¿Cómo se te ocurre hacer los retratos a partir de las fotografías que encuentras de los vecinos de Mogarraz?
“¡Por las personas! En 1988 se me enciende una bombilla. Murió mi hermano Miguel Ángel, cuando yo tenía 23 años. Miguel Ángel era una persona implicada con el territorio. Él estaba en la política, pero con la dignidad de potenciar la Sierra de Francia en la medida de lo posible. Y ese sentido de pérdida que percibí cuando mi hermano se marchó me tambaleó el tipo de pintura que estaba haciendo; tres años antes había ganado el BMW (1995). Estaba en otro plano y de repente dejó de interesarme todo eso y pegué un carpetazo. Me centré en proyectos vinculados con esta tierra, desde el punto de vista personal, cosas que me interesan a mí, todo lo he hecho para mí desde una perspectiva egoísta. Yo quiero contar lo que conozco, lo que he vivido”.
“Nací en Mogarraz en 1962 y viví allí hasta 1976, cuando con 14 años me llevó mi hermana fuera. Esos 14 años fueron fundamentales porque viví en primera persona el derrumbe de la Sierra de Francia. Vi cómo toda mi familia emigraba, salvo mis padres que se quedaron en el pueblo. Mi padre se compró un camión e intentó sobrevivir en esa economía de subsistencia sacando frutas y, cuando no las había, sacaba enseres de la gente que se iba y lo vendía todo. Y yo he visto, y sentido con dolor, como todo ese patrimonio se estaba perdiendo”.
“Con 6 ó 7 años he visto cómo venían anticuarios cargados de platos y vasos de duralex y de plástico y los cambiaban por enseres. Y lo pregonaban por la plaza: ‘¡Se cambian vasos de duralex por un entremijo!’ Y la gente bajaba ahí todo lo que tenía”.
“Toda esta inmensa memoria individual, vivida en primera persona, la he ido contando en mis proyectos desde el 2000. Llevo 20 años pintando y acompañando mis obras con un texto sobre qué hacía, por qué lo hacía y mis sentimientos, fuese el proyecto que fuese. Y todo eso está asociado a la memoria personal, a lo que me importa y me interesa. Y es una vivencia de amargura, en cierto modo, porque he percibido cómo la herencia vivida por mi familia – Los Maíllo eran los herreros del pueblo– se perdió súbitamente a partir de los años 80. Y lo más doloroso de todo es que el asidero que nos ha quedado ha sido convertir esa auténtica memoria en una pseudomemoria para fijar un poco de población, algo que nos está convirtiendo en un parque temático de lo que éramos”.
Los ‘guardianes del pueblo’
Tu obra de Mogarraz, por una parte, recupera la presencia de personas que ya no están y, por otra, pone de manifiesto la pérdida de lo que fueron.
“A mi lo que me interesó fundamentalmente fue el concepto de comunidad, mostrar la representación de una auténtica comunidad. Alejandro Martín Criado, una mañana de otoño de 1967, a petición del alcalde, fotografía a todo el pueblo mayor de edad para el carnet de identidad, para que no tuvieran que ir a hacerse la fotografía a Salamanca o a Béjar para tomarles la huella, y para que las personas mayores que no podían moverse tuviesen su documento. Todos los vecinos de Mogarraz pasaron por su cámara, delante de una sábana que él colgó en la trasera. Pasaron los ricos con sus joyas y los pobres que no tenían nada que comer, mayores, pequeños, mujeres. Todos están representados en igualdad de condiciones”.
“Lo que me interesó fue la representación de una comunidad que se fotografió el mismo día, ante un mismo objetivo, con esa neutralidad y democracia. Yo tenía cinco años, es un tema autobiográfico”.
“Conocí los retratos de Alejandro Martín Criado 15 años atrás, porque él me pidió en vida que se los pasara a vídeo para mostrárselos a su hija y que conociese a la gente que vivía en el pueblo en los años 60. Yo tenía un dispositivo en la Universidad para pasar negativos a vídeo y se los pasé, pero no me quedé con copia. Cuando él falleció en los 90 le conté a su viuda que me rondaba por la cabeza pintar a los vecinos, uno a uno. En el archivo, en esa cartografía faltaban todos los emigrantes, por eso finalmente he pintado otros 400 cuadros más, porque los que habían salido también querían estar junto con los que se quedaron”.
“Para mí este era un proyecto imbricado con los guardianes del pueblo: los que no emigraron y se quedaron porque eran más conservadores, porque tenían familia, por miedo, por pereza. Era tan fuerte ese concepto, el de los guardianes del pueblo… Los que están en el archivo de Alejandro Martín Criado son los que se quedaron”.
¿Cómo recibieron los vecinos tu propuesta?
Muy desigualmente, porque hay quienes no lo comprenden, porque tienen una mirada sobre la imagen distinta. Y se comprende, basta con ver proyectos de antropología universal donde se ha dado un valor u otro a la imagen. Hubo familias que no me dejaron colgar los cuadros y era gente muy cercana, muchos de ellos primos carnales. Eso se respetó. También había traumas, porque estaba representado todo el mundo. Esos traumas físicos o de otra índole también están en el inconsciente de quien no quiso estar en un primer momento. Lo mismo pasó con el cuadro de Unamuno que pinté en la plaza de La Alberca; un grupo de gente intentó boicotearlo, cuando realmente es memoria de La Alberca. Yo entiendo que haya gente a la que les molesten los cuadros de Mogarraz; de hecho, algunas personas dicen que sobran ‘esas latas mal pintadas’ en un pueblo tan bonito. La gente de fuera es la que le da más valor”.
“Yo tengo muchas historias y anécdotas, incluso de nietas que me pedían que pintara a sus abuelos. Es decir, hay una necesidad de quien quiere formar parte de una cartografía compartida. Yo siempre digo que esta representación es una mirada compartida. Yo los conocí a todos y de todos tengo muchísimos recuerdos cuando termino el cuadro. Las sensaciones son muy distintas en unas familias y en otras, no todos sienten lo mismo. Hay personas a quien les duele ver ahí todos los días a su abuelo o a su madre”.
Además esta iniciativa ha aportado valor económico.
“Sí, pero eso también tiene la cara y la cruz. De hecho, Retrata2 ha puesto a Mogarraz en el mundo. Y en el pueblo hay muchos negocios que viven en el 90% de la exposición, porque gracias a ella hay muchísimo turismo en Mogarraz. La parte positiva es que está fijando población un proyecto que se podría considerar respetuoso con la identidad; es un proyecto con una cierta calidad. De hecho, desde que llevamos 25 cuadros al Museo Etnográfico de Zamora, donde se han quedado como exposición permanente, se está proyectando a Mogarraz desde la perspectiva de un proyecto cultural que tiene nombre. Pero todo tiene su doble cara”.
¿Qué es para ti la fotografía o, mejor, el retrato?
“En mi caso se trata de un retrato de la fotografía. En la actuación en Mogarraz el auténtico documento es la fotografía. La fotografía ha traído un virus a la pintura, porque se trata de un documento muy importante por lo que intenta representar y por lo que se cuela y que no controlas. En la fotografía hay muchísima información asociada al contexto. No entenderíamos la realidad en la que vivimos sin la aparición de los medios de reproducción mecánica: la fotografía, el cine y todo lo que viene después. Con la aparición del medio digital estamos viviendo en la época de la posfotografía. Y, aunque la fotografía siempre se ha asociado a una vertiente de la mentira, de manipulación de la realidad –porque lo que muestra es un fragmento de la misma–, con los medios digitales eso es ya brutal. Estamos en un momento de crisis muy importante en cuanto al significado y el sentido que tiene la imagen en el mundo en que vivimos, porque ya no disponemos del sosiego para discernir entre lo que es real y lo que no. Ahí están los videojuegos que meten a los niños en mundo irreales, creados”.
¿Vivimos en una sociedad proclive a la desmemoria, que alimenta una especie de amnesia respecto a lo que fuimos?
“Retrata2 tiene también esa reflexión. Por una parte, está la fotografía. Mi tesis doctoral se basa en la documentación de un archivo fotográfico marginal de un adolescente que está fotografiando en Sequeros y Villanueva en los años 60 y que representa en sus fotos, del modo más objetivo posible, el proceso migratorio. Pero en mi caso, basándome en la fotografía, lo que quiero es retrotraerme 2.000 años atrás, a la época romana. En el atrio romano de todas las casas patricias había un altar donde recogían las imágenes de sus ancestros, con bustos, pinturas, dibujos o grabados, donde se recogían las imágenes de los ancestros; el respeto a sus antepasados motivaba esa necesidad de conservación”.
“La instalación de Retrata2 tiene una doble mirada: la mirada romana del respeto a los antepasados –que no se nos olvide cuál fue la última generación de mogarreños–, porque a partir de ese momento se deshizo el pueblo, ya no hubo continuidad. Y, por otra parte, una mirada romana en cómo se hizo, que es la del yacimiento de El Fayum (Alfayún), en Egipto, donde se encontraron 300 retratos en encáustica (pintura con cera fundida), que representaban del modo más veraz y feliz a la gente que moría; no tiene que ver con la mirada egipcia de detener el tiempo sino con otra más romana de manifestar un respeto a quien falleció, el amor de la familia por el muerto. La conjunción de ambas tradiciones es lo que quiere ser Retrata2, teniendo por medio la imagen, la fotografía”.
¿Retrata2 ha tenido emuladores?
“Cuando yo me lo planteé, no conocía absolutamente nada; después se han hecho cosas. De hecho, dos años después, se hizo una instalación en el barrio del Oeste de Salamanca. Ha habido grafitis y me han pedido algo parecido para otros muchos lugares. En uno de los textos del álbum de Retrata2 hablo de cuáles son mis referencias en relación al retrato, de mis antecedentes, los retratistas de la historia del arte que me interesan, entre los que están El Greco y Goya”.
“A partir de la consolidación del proyecto de Mogarraz hicimos el álbum, que es un artefacto diseñado por Fabio Rodríguez de la Flor, una idea suya, que recoge en un formato tipo Parini de los años 60, las fotografías de todos los retratados por calles. Y al final tiene cromos-pegatinas, que se corresponden con los cuadros, y que se pegan al lado de las fotografías. Es una publicación interactiva. Incluye un texto de Fernando Rodríguez de la Flor, otro de Antonio Cea y un tercero de Fabio. Se trata de una publicación conceptual de la exposición, pero a la vez es un artefacto interactivo que obliga a jugar y a establecer un diálogo entre el retrato real del que yo parto y el retrato que yo pinté y que no es el que está ahora en las calles de Mogarraz, porque estos han ido evolucionado con el tiempo”.
“Esta mañana una señora me dijo que el retrato de la señora Olaya está desapareciendo, y le contesté: ¡Qué bonito!. Eso era lo que yo quería que se produjese en el medio año que, en principio, iba a estar colgada la muestra, que se percibiese esa huella del tiempo y que el cuadro se fuese desvaneciendo. Y así ocurre con muchos, pero los cuadros que dan al norte se conservan como el primer día; la fachada se ha ido degradando y el retrato está perfecto. Es algo vivo y que cambia e incluso puede morir…”.
“Todos los retratos son bocetos en encáustica, que es una técnica muy compleja porque se trabaja con cera de abeja en caliente mezclada con pigmento y necesita que la chapa esté también caliente. Eso no te permite hacer un cuadro muy acabado sino abocetado. Cuando alguien me ha criticado porque están muy mal pintados, le tengo que dar la razón, están muy mal pintados, no hay un interés por hacer un cuadro para un museo, se trata simplemente de retener la identidad. Yo los conocía a todos y paraba cuando reconocía la mirada; no seguía pintando, son cuadros inacabados. Por mi parte, tienen el interés de capturar la esencia de mi reconocimiento del otro, con quien yo conviví”.
Coloquio con los asistentes.
Antes de entrar a este acto decías que la pandemia nos ha causado un boquete emocional terrible, una sensación que puede guardar algún paralelismo con el efecto que provoca el agujero negro de la despoblación ¿Qué podemos hacer?
“ Esta es una cuestión puramente emocional. La sensación de pérdida la tenemos todos. Esto surgió como consecuencia de un amigo común, Froilán Hidalgo Acera, a quien yo quería con pasión y que murió en tiempo de pandemia. Sí, hay relación con la pérdida de población en un territorio que conoces, que quieres y que percibes cómo está agonizando y cómo se apuntala para seguir subsistiendo, sin capacidad para transmitir la auténtica y profunda herencia recibida. Los cambios producidos en nuestra generación han sido tan brutales que no nos hemos dado cuenta de lo mucho que hemos perdido. Las personas mayores del pueblo nos contaban cosas que no grabamos y que ya no están. La pérdida ha sido brutal porque todo ha sido muy rápido y virulento, y la sensación de pérdida es muy grande. Yo percibo ese dolor doblemente porque lo que nos está quedando, lo que se está mostrando como lo que era, no es de verdad lo que era.
«Pongo un ejemplo polémico que no gustó, en su día, a los de Patrimonio: Lorenzo González Iglesias escribió en 1945 el libro La casa albercana, imbricado con la declaración del lugar como primer pueblo declarado monumento nacional. Cuando él habla de la desaparición del enfoscado en las fachadas, agradece que nos deja ver lo que la auténtica estructura que hay debajo, la tramonera, pero está minusvalorando la superficie del serrano, que es barroca y colorista. En la sierra había muchísimo esgrafiado, una herencia árabe y mediterránea muy importante. Yo he visto muchísimos esgrafiados en La Alberca».
«En 1980 dejé de pintar en la calle, donde había empezado a mitad de los 70 con 14 años, y cuando empecé la Carrera de Bellas Artes lo dejé para hacer otro tipo de obra. Pero en los 80 y vi cómo se picaron todas las fachadas de La Puente y el Campito, los morteros heredados se picaron y se rejuntaron las tramoneras con cemento. Eso lo vi. De la noche a la mañana vino un proyecto de Patrimonio, desde Madrid, para construir una identidad -por eso yo hablo de parque temático-, en nuestra construcción, que es la tramonera, y se tiene que ver a diestro y siniestro».
«Muchas de las casas que se intervinieron en 1980-81 de La Puente y el Campito siguen con los mismos cementos grises de aquel año, que nada tienen que ver con la herencia de los barros del entorno, podrían haberlo hecho al menos con barros de arcilla anaranjada, rojiza o amarillenta de las minas que hay en el entorno, porque los serranos construían sus enfoscados».
«Todo eso ha influido en que la tramonera tenga demasiada presencia en la Sierra de Francia. ¿Es auténtico? Sí. ¿Está desmadrado? También. ¿Se puede defender? Sí, como parque temático para que el visitante diga que es bonito. ¡Pero no es real del todo! Porque el serrano no dejaba la tramonera a la vista de los hastiales que recibían el agua del ostiego del invierno y otoño, porque no era tonto. Y hoy día se vuelven locos para proteger las maderas porque se las come el invierno».
«He puesto un ejemplo de lo que es la auténtica memoria y lo que es la memoria manoseada. Estamos creando un parque temático, no estamos conservando esa memoria identitaria, estamos haciendo otra cosa diferente».
– ¿Qué instrumentos podríamos utilizar para recuperar esa identidad perdida?
“Esto solamente tiene una solución: desarrollar políticas fuertes construyendo equipos con los mejores expertos en parcelas como el patrimonio o la identidad. Mientras que en esas comisiones no estén los mejores, gente que dirija las acciones sobre quiénes somos y qué estamos perdiendo, y lo haga con cabeza y con una mirada visionaria, estaremos perdidos”.
“Los últimos 50 años han sido demoledores, no hemos tenido a los mejores ni ha habido miradas visionarias para parar esta sangría de identidad y memoria. No ha habido proyectos. Vamos tarde. Hemos perdido unas décadas maravillosas. Y la pérdida de población es la puntilla”.
– Vivimos tiempos poco propicios, muy fugaces. Renunciamos a mirar hacia atrás y nos quedamos sin saber adónde vamos.
“A mi me da mucha envidia de otros países, como Francia, que han conservado y que cuidan sus tradiciones gastronómicas, paisajísticas y medioambientales. No es tirar el dinero, es sembrar futuro, porque el pasado y la memoria nos importan mucho”.
Nota.- Las Semanas Culturales sobre Las Hurdes son una iniciativa de la asociación AlmaHurdes, desarrollada una subvención de 2.500 euros concedida por la Diputación de Cáceres.