Unamuno (5)

«Ya muy al atardecer llegamos a Las Erías, donde habíamos de pasar nuestra primera noche verdaderamente hurdana. Nos sentamos a tomar el fresco y contemplar el cielo limpidísimo, en una de aquellas callejuelas escabrosas, junto a corralillos enanos. Unos grillos caseros, blancos, según me dijeron, que se albergan en las rendijas de los muros de aquellas casucas miserables, cantaban la desolación de la barranca en que penan los hombres. Casi todo el pueblo nos rodeó: niños, mozos y viejos, y en torno a nosotros, a los forasteros, se hizo serano. ¡Pobres gentes! Hay que oírles quejarse de la triste y dura tierra que les ha cabido en suerte. ¡Pero no la abandonan, no! Más bien se apegan a ella, con tanto más trágica querencia cuanto más dura es. Suele quererse más, no al hijo más hermoso y afortunado, sino al más desvalido y desgraciado, al que costó más criarlo y sacarlo adelante».

 

Próxima etapa

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Miguel de Unamuno viajó a Las Hurdes entre el 2 y el 5 de agosto de 1913. Le acompañaron M. Jacques Chevalier, profesor del Liceo de Lyón, y M. Maurice Legendre, profundo conocedor Las Hurdes. Tuvieron como guía al tío Ignacio, de La Alberca. Unamuno publicó  el relato de aquel viaje en Los Lunes de El Imparcial entre agosto y septiembre de aquel año.



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