
«¡Y qué largo se me hizo el camino al Casar! En una gran ermita empezó a anochecernos, y aquello no acababa. Silenciosos, sin decirnos nada, uno tras otro, sobre el pedregal del sendero montañés. Y al llegar al Casar, de noche ya, qué tragos de agua, de agua de sierra, del cántaro de una buena samaritana –es un decir– de la fuente que hay a la entrada del pueblo. Mientras bebía, al levantar con la cabeza los ojos, encontraron éstos en una estancia de la casa frontera, iluminada a luz eléctrica, dos novios sentados a una camilla.
«Buen pueblo el Casar, atractivo para quien ama la paz del retiro y el retiro de la paz.(…) Excelente remanso de sosiego este Casar de Palomero, con su fisonomía serrana, sus grandes balcones de madera para tomar el fresco. Cuando entramos, anochecido ya, parejas de enamorados, bien arrimaditos, en los bancos de la casa. ¡Estos amoríos lentos de los pueblos recogidos y aislados!»
Miguel de Unamuno viajó a Las Hurdes entre el 2 y el 5 de agosto de 1913. Le acompañaron M. Jacques Chevalier, profesor del Liceo de Lyón, y M. Maurice Legendre, profundo conocedor Las Hurdes. Tuvieron como guía al tío Ignacio, de La Alberca. Unamuno publicó el relato de aquel viaje en Los Lunes de El Imparcial entre agosto y septiembre de aquel año.