
Rosario Martín Domínguez (1 de noviembre de 1930) y Valeriana Crespo, madre e hija, comparten el relato de su propia vida. Representan a dos generaciones distintas y singulares. La madre ha sido testigo del rigor extremo en un tiempo adusto. La hija, de la voluntad de abrir los horizontes desde el valle poblado más angosto de Europa a las nuevas realidades. La fuerza de estos parajes se amplía con el valor y el tesón de sus habitantes frente a la adversidad y las ausencias. Ellas lo demuestran.
La madre recuerda:
«Me casé con la ropa que me prestó una señora y con unas zapatillas de tela».
«En la guerra murieron cuatro hombres del pueblo. Uno de ellos, era un tío mío».
Muchas personas iban a ayudar a mi madre a las aceitunas para comer lo que se les daba durante la faena.
La hija añade sus propios recuerdos:
“MI primer maestro era un alcohólico y algunas mañanas, cuando llegaba, daba unportazo y decía: “Hoy no hay escuela”.
“Mi marido tropezó y cayó al vacío. Cuando fui a ayudarle, solo pude mirar. Murió en el acto”.
“Desde que murió mi marido no ha habido una noche en la que no le haya pedido a Dios que me dé fuerzas”.
Ver. Las Hurdes, tierra de mujeres. Páginas 258 a 273. Publicado por la asociación cultural AlmaHurdes.