“Los muchachos lo llamaban Caraminche, pero él no se enfadaba. No tenía nada, tampoco lo necesitaba. Sin familia conocida, vivía en una casa de piedra seca, sin revocar, con luces en la entrada y algún mechinal; el tejado, de teja vana”.
“Toda su vida había sido pastor. Era hombre de pocas palabras, sosegado. Tenía las manos terrizas y temblorosas, ojos rachaos y claros como la luna; enjuto, pelo canoso, barba blanca de una semana. Su mirada trasmitía paz y serenidad”.
“En los últimos años de su vida ayudaba a la gente a cambio de comida. Traía jornija de jara y berezo. Cocía el cocinajo pa los cerdos. Primero, ponía la caldera con agua a calentar; luego, picaba las remolachas; después, las patatas de rebro y, encima, el royón o los carozos”.
Ver Francisco Barbero. Zacarías, un arriero en Las Hurdes (Catálogo AlmaHurdes 2022). Páginas 151 – 152