
“Pedro había heredado de su padre la afición a la caza y la pesca. De ahí el mote: mataba las zorras pa vender su piel. Fabricaba sus propias trampas: pa las perdices, varillas de olivo, hilo de coco, anzuelo y un garbanzo; pa los tordos, un boche, una lancha y tres palos cruzaos con una aceituna; lazos pa los conejos y trasmayo y naso de mimbre, pa los peces”.
“En una ocasión subió a los riscos del paraje de la Antigua, entró en la cueva donde criaba el búho y le colocó un betijo de cuero a cada cría. Al atardecer, volvía al lugar a recoger los conejos y las perdices que las aves habían cazao pa sus crías. Dejaba una parte pa ellas”.
Después de su viaje oficial en l922, Alfonso XIII viajó de incógnito a Las Batuecas, siete años después, para practicar la caza. Le recomendaron el mejor guía posible, Pedro Matazorras. El último día, el rey perdió una de sus polainas. La que conservaba se la regaló a Pedro, convencido de que solo él podría encontrarla en aquellos parajes recónditos. Y cumplió: Pedro colocó a la entrada de su casa las dos polainas reales. Como un trofeo de caza.
Ver Francisco Barbero. Zacarías, un arriero en Las Hurdes (Catálogo AlmaHurdes 2022). Páginas 148 – 150.