
No cabe un reconocimiento mayor de la crueldad de la pobreza: Lucila Martín Sánchez (26 de octubre de 1943) y su padre no pudieron asistir al entierro de su madre y su esposa, porque murió en el hospital de Plasencia. Carecían de dinero para el viaje.
Al cabo de los años, esta mujer menuda transmite el ímpetu que se entrena contra la adversidad, el esfuerzo que requiere sobreponerse cada día a la escasez y a negar la pobreza, la pasión que desvelan los jirones con que relata sus vivencias. Lo confirman los retazos de su memoria, donde se superponen hechos, personas y recuerdos de una vida sin descanso ni rencores.
De su vida recuerda:
- “Mi madre murió cuando yo tenía 7 años. Ni mi padre ni yo fuimos al entierro. No teníamos un duro”.
- “Para que mi madre diera a luz a mi hermana, tumbaron a mi madre en un cachino de manta, la estrujaron para que echara la placenta, la lavaron y le pusieron la ropa”.
- “Mi padre me enseñó que lo primero era hacer la comida y fregar la casa. Luego, me llevaba a poner tocones”.
- “Había gente que lo pasaba peor. Yo salía con los bolsillos llenos de castañas y aceitunas y me las quitaban”.
- “Mi hermano me amenazó: “Como no ganes el jornal y te vengas para casa, te doy una paliza”.
- “Después de casarnos, él para el norte y yo a atender todas las cosas de la casa”.
- “Íbamos a labrar y, luego, los muchachos, la comida, la casa… Las mujeres hemos trabajado más que los hombres”.
- “Tengo un olivar con 300 olivos. Y eso vino de las aceitunas y de las costillas de cada uno”.
Ver. Las Hurdes, tierra de mujeres. Páginas 236 a 247. Publicado por la asociación cultural AlmaHurdes.