Florentino Martín

Tino apenas fue a la escuela. “Tuve un profesor que pegaba mucho. Y daba miedo. La primera vez que salí al encerado a hacer una cuenta me pegó tantas hostias que me puso las orejas y los ojos negros. Le cogí miedo. No aprendí mucho».

Se hizo pastor. Pasaba el día entero en el monte, feliz con las cabras, «aunque a veces me hacen rabiar».

Le gustaba el oficio. También escribir. «Cosas que yo oía, versos que escuchaba. Si tú lo escribes, yo lo leo; si yo lo escribo, tú lo lees». Rayaba con pizarra sobre los canchales.

En uno de ellos anotó:

¿De qué le sirbe al pastor
tener la mujer bonita,
si de día no la ve
y de noche se la quitan?

Alguien apostilló debajo: “¡Burro! ¡Sirve no se escribe con B, se escribe con V!”. Aquel insulto le entristeció: “Me dio mucha vergüenza y mucha pena. Desde entonces no he vuelto a escribir en las peñas”. Pero no se rindió: “Ese día me dije: voy a intentar que a mi hija nadie le diga burra. Y estoy contento: ha terminado dos carreras y está haciendo la tercera”.

En otro canchal rayó:

No creas que es por envidia.
si vengo a decirte que te quiero.
Pues otros ya te lo han dicho,
yo no quiero ser menos.

Poema-Florentino

Tino fue un hombre muy grande. Al hablar extendía los brazos, tal vez para abrazar a cuantos le escuchaban y querían. Expresaba sus emociones con la firmeza de su voz y la fuerza que delataban unas manos imponentes.

Poco tiempo después de participar en el documental que se negó a ver, Tino murió. Ya era inolvidable.



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