
En sus pequeñas alquerías los hurdanos encontraron un tiempo y un espacio para estimular la convivencia: cuando el tiempo era propicio y las faenas del campo y el ganado lo permitía, salían a la calle, a la plaza o a la era para sentados en corro conversar sobre las experiencias cotidianas, los sueños, las expectativas o las noticias que llegaban de cuanto habían marchado.
Eso era el serano. Un tiempo para sentirse compañeros y solidarios, para divertirse y soñar, para expresar el afecto y la voluntad de compartir lo duro de la vida y lo leve de los sueños.
Una experiencia vital a recuperar, después de que la televisión consiguiera encerrar a la gente dentro de sus casas.