El aceituao

“Como contrapartida (a la hijuela), los hijos se comprometen a dar a los padres una cantidad precisa de alimentos y, de forma general, amparo: es el aceitua’o o cetua’o ; o sea, la parte salvada de la globalidad de la herencia mientras los padres viven. Concretamente, los viejos se quedan en su casa (sobre todo a partir del momento en que consiguieron una “paga”, pensión de vejez) y atienden a sus pequeñas tareas aprovechando la cesta de víveres que los nietos le traen, la leña, el aceite… Cuando el viejo no puede valerse por sí solo, especialmente si es viudo o viuda, pasa a estar a meses quedándose igual tiempo en casa de uno o de otro hijo. Antiguamente los viejos estaban a semanas y esta vida itinerante era un amparo, sí, pero también una fuerte sujeción”.

“De ahí se desprende el motivo que ha empujado durante siglos a los hurdanos a no salir de sus alquerías para reagruparse en poblados más importantes y en zonas más anchas: cuando la organización social no ha llegado todavía a conceptualizar un derecho a la pensión de vejez no se puede dejar de vigilar, y de trabajar, el capital cuya gestión integra a tres generaciones”.

Garantías. “Ante el peligro de que los herederos no cumplan adecuadamente con su compromiso entregando, después de haber recibido la hijuela, su complementario el acetuao, cabe destacar dos posibilidades de protección. Por un lado, hay la “opinión del público” que “saca a la calle la mala honra” del hijo incumplidor, opinión que vigila la materialización de la eventual maldición lanzada contra él por los padres defraudados y, por otro, tras la posibilidad de comprobar la propiedad a través de las millerías, los padres pueden amenazar con la venta, ya que ellos, según “rezan” las cartas de pago, si no son ya amos son todavía dueños. En este marco, cabe destacar que las partijas (participaciones) de la hujuela se hacen por escrito desde hace al menos dos siglos y hasta los años cuarenta se guardaban en los archivos municipales o, todavía hoy, en el arcón (“los archivos más valederos son los tuyos”, se dicen azules. Así, además de su valor moral, se intentaba dar un valor, al menos social, al compromiso entre las generaciones ya que estos papeles no tenían vigencia jurídica”.

(Maurizio Catani. La invención de Las Hurdes II. Cuadernos populares. Editora Regional de Extremadura. Pág. 37 y 39).

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